(Somalia) Somalia: más que Mogadiscio (Cedric Barnes, International Crisis Group, 22 febbraio 2013)
En los últimos seis meses, las noticias de Mogadiscio han sido esperanzadoras. Los titulares apuntan a un aluvión de retornados y de nuevas inversiones que están ayudando a reconstruir la capital. Pero Somalia es mucho más que Mogadiscio y los desafíos a los que tiene que hacer frente el resto del centro y el sur del país –que permanece en su mayor parte bajo control de Al Shabab– siguen siendo tremendos. Y mientras la atención internacional se centra en la ciudad recuperada (y con razón, dada su importancia), zonas antes estables, especialmente la autoproclamada República de Somalilandia y la autónoma Puntlandia, parecen más vulnerables.
Es comprensible que gran parte de la energía inicial del nuevo Gobierno Federal de Somalia (GFS), liderado por el presidente Hasan Sheij Mahamud se haya invertido en la consolidación del apoyo internacional. El reconocimiento por parte de la Administración de EE UU fue un gran premio (aunque siempre había reconocido al país como una entidad estatal) y animará a otros Estados, incluidos grandes actores árabes, como Arabia Saudí, a hacer lo mismo. En el viaje de regreso de su viaje a Washington, el nuevo presidente realizó una visita a Riad -fructífera, según las informaciones disponibles. El nuevo Ejecutivo se siente seguro y ese apoyo externo ayuda a contrarrestar la fuerte influencia de sus vecinos más próximos.
Las fuerzas armadas de Etiopía y Kenia (esta última participa ahora en la misión de la Unión Africana en Somalia, AMISOM), tienen una influencia significativa en el centro y el sur de Somalia, apoyando a una AMISOM sobrecargada y al débil Ejército nacional somalí. Kenia mantiene el orden en Kismayo, principal ciudad y mayor puerto del sur; Etiopía, en las cruciales ciudades Luuq, Baidoa y Beletweyne: todos estos lugares tienen acceso a rutas de comercio estratégicas y recursos claves y hasta hace poco estaban controlados por Al Shabab. Aunque este apoyo militar es vital, también limita al nuevo Gobierno en el frente interior.
El presidente ha dicho que la prioridad del GFS es extenderse fuera de la capital, consultar con las partes interesadas, es decir, las autoridades locales y los clanes, para establecer administraciones locales descentralizadas que serán elegidas de forma indirecta (mediante nominación por cada clan) como socias para trabajar con el Gobierno central. En los últimos meses, el ministro de Interior, Hussein Guled, aliado cercano de Mahamud, ha visitado las ciudades claves de Kismayo, Baidoa, Beletweyne y Marka para llevar el "sistema de gobernanza fuera de Mogadiscio". El establecimiento de los gobiernos locales es, además, una exigencia de la Constitución federalista, que aún ha de debatirse en el nuevo Parlamento de adscripción clánica y en su momento también refrendada. Pero el presidente ha mostrado cierta ambivalencia hacia un sistema totalmente federalista.
Debate nacional aparte, el proceso de consultas locales no es sencillo: las negociaciones sobre la propuesta de creación de un Gobierno (estado regional) de Yubalandia, en el sur del país, se complica por el deseo de dominarlo por parte de los clanes Darod a expensas de un abanico de comundades sin relación entre sí, entre ellas el Hawiye, que tiene una gran influencia sobre el nuevo GFS de Mogadiscio (el presidente es Hawiye). La organización para la paz y la seguridad de la región del cuerno de África (Autoridad Intergubernamental para el Desarrollo, AIGD), propuso un gran plan de estabilización para Yubalandia, pero el Gobierno central lo percibe como una pantalla para que sus vecinos Etiopía y Kenia instalen una Administración amiga y contengan el poder del GFS. Los dos países vecinos temen –en parte debido a precedentes pasados—que un resurgimiento de Somalia pueda reavivar las demandas de una “Gran Somalia" e interfiera en la política interna de sus, a ratos agitadas, minorías de habla somalí, establecidas en regiones de importancia estratégica que albergan yacimientos de petróleo y gas hallados recientemente.
En otros lugares, en las regiones centrales de Bay y Bakool, Hiran y el Bajo Shabelle, la lealtad al Gobierno de Mogadiscio se ve socavada por poderosos de la zona, ávidos de preservar su influencia, y por políticos nacionales que perdieron poder en el centro y están probando suerte en las regiones. Los potenciales gobiernos regionales se superponen, despertando el riesgo de rivalidades intrarregionales por controlar los diferentes feudos administrativos. Como en Yubalandia, la lucha por el control de otras administraciones descentralizadas enfrenta a unos clanes contra otros. En toda la zona centro y sur, Al Shabab todavía domina las áreas rurales y utiliza las causas de descontento de las circunscripciones y de los clanes aliados para socavar la estabilidad y la legitimidad del GFS.
El presidente está atascado entre dos prioridades urgentes: la necesidad de establecer administraciones locales eficaces y la tarea, a largo plazo, de reconciliación entre las comunidades que, durante las últimas dos décadas, han combatido con frecuencia. Abordar los dos frentes a la vez será especialmente difícil, pero ambos son necesarios para lograr apoyo para el dominio nacional de su Gobierno. Mientras tanto, el naciente Ejército nacional de Somalia no está en condiciones ni de garantizar la seguridad local ni de liderar la campaña de contrainsurgencia. También hay un problema de infiltración de insurgentes yihadistas en los servicios de seguridad del Ejecutivo.
Si las zonas del interior del centro-sur son solo parcialmente accesibles para el nuevo GFS, en el resto su autoridad es cuestionada por las áreas preexistentes de estabilidad. Puntlandia, que presume de ser el primer estado federado, muestra frialdad hacia el Gobierno de Mogadiscio y le niega un apoyo pleno. Internamente, el presidente de Puntlandia, Abderramán Mohamed Mahamud, Farole, al percatarse de que tenía pocas posibilidades de ganar las elecciones presidenciales nacionales el año pasado, optó por reforzar su control sobre sus bases de origen. Las presidenciales de Puntlandia, previstas para principios de enero de 2013, se pospusieron, supuestamente para permitir el establecimiento de la democracia multipartidista prometida por la Constitución de esa región, recién aprobada. Farole logró un plazo extra de un año mediante la aplicación retroactiva de la disposición constitucional que fijaba un mandato presidencial de cinco años, [alargando así en uno] su gestión de cuatro años, que estaba a punto de terminar.
La crisis política que se levantó parece haberse salvado, al quedar claro que Farole era la única alternativa, ante la calamitosa colección de candidatos rivales. Sin embargo, hay muchos rencores. A los partidos políticos establecidos en Garowe, capital de Puntlandia, se les impidió estar presentes en otro centro urbano clave, Galkacayo, y hubo protestas en áreas regionales como Qardho y Bosaso. Al Shabab también ha utilizado el creciente descontento -especialmente entre los clanes más pequeños- para afianzar su posición en la zona y establecer allí un santuario. Sin embargo, sus excesos han generado más tolerancia para con las tendencias autocráticas, algo más moderadas, de Farole. Además, la piratería en Puntlandia está en descenso, pero no ha sido eliminada, y se percibe un desplazamiento hacia el sur hasta Harardheere, más cerca de los territorios donde los insurgentes sigues siendo fuertes.
Paradójicamente, Somalilandia, que era la única fuente de buenas noticias, ha vivido momentos difíciles en los últimos tiempos. El Gobierno del presidente Ahmed Mohamed Mahamud, Silanyo, elegido en 2010, no se ha comportado como algunos esperaban, aunque su historial no es, sin lugar a dudas, peor que el de su predecesor. Las elecciones municipales de noviembre de 2012, en las que se decidía qué tres partidos se enfrentarían en los comicios –incluyendo los presidenciales– durante los siguientes diez años, resultaron problemáticas. Las protestas poselectorales se volvieron violentas.
A pesar de las disposiciones constitucionales que prohíben los partidos de adscripción clánica, las formaciones políticas somalilandesas son, en gran parte, vehículos de los clanes o alianzas de éstos. Mientras las grandes comunidades en Isak quedaron satisfechas con los tres partidos que triunfaron, otros pequeños y periféricos se sienten excluidos, sobre todo porque la votación decidió también el control de los gobiernos locales. En el salvaje este de Somalilandia de nuevo no hubo elecciones, lo que hizo que, los ya de por sí poco colaboradores habitantes de la región, estuvieran menos dispuestos a participar. Un supuesto mini estado, Jatumo, continúa reclamando áreas del Este, lo que conlleva una dura respuesta de las fuerzas armadas de Somalilandia y genera significativas bajas locales. Al Shabab, siempre buscando los puntos de entrada, parece haber utilizado en su beneficio esta desafección local concreta y se ha establecido en este territorio en disputa.
Mientras que el GFS continúa disfrutando de su luna de miel en el ámbito internacional, los retos nacionales son tan incisivos como siempre. Las regiones tradicionalmente estables se están encontrando con problemas -aunque en absoluto sufren reveses importantes- a menudo motivados por sus modestos éxitos en la construcción de las administraciones locales. Esto nos proporciona una idea de cuánto tiempo llevará la estabilización del centro-sur de Somalia y también debe alertar a los amigos internacionales de Somalia (y de Somalilandia), para que no olviden que el país es mucho más que Mogadiscio.